Select Page

Me contaba mi amiga Leonie, holandesa afincada en Costa Rica desde hace años y mujer de extraordinaria belleza, que en el último viaje que hizo a su país natal visitó a los padres del que fue su primer novio. Contaba que al estar allá, en la casa donde había pasado tantas tardes junto a su primer amor, se sentía como teletransportada al pasado y aseguraba no recordar tantas cosas sobre aquellos días en realidad, pero que al estar allí sentía como si todo volviese a su mente de una manera casi mágica. Es curioso que me llegara esa historia de mi amiga justo cuando una idea se estaba formando en mi cabeza sobre los recuerdos.
Claro que todo el mundo sabe que cosas como un olor, un sabor o una melodía  te pueden hacer viajar a otro lugar y a otro tiempo, pero a veces, como seres pensantes, nos empeñamos en buscar recuerdos solo con la mente. Yo siempre me he considerado una persona con poca memoria, en general. Estoy convencida de que si recordase tan solo el veinte por ciento de lo que he leído y el diez por ciento de lo que he estudiado, tal vez, podría ser de esas personas que se ganan la vida en los concursos de preguntas súper difíciles de la tele. Pero no, definitivamente ese no va a ser mi destino, a duras penas recuerdo aquello que me propongo recordar con ahínco.

Y como prueba de ello traté, durante un tiempo, de rescatar de mi memoria algún recuerdo nítido de mi infancia en el que apareciese mi padre… buscaba en mis archivos mentales, pensaba en las fotografías que he visto de él de joven para evocar algún recuerdo… nada… no encontraba lo que yo buscaba, porque si que  podía ver con mi mente a mi padre llegando a casa vestido de militar con todos su compañeros y también aquella vez que me trajo un bolso de Portugal con el gallo y una cadenita dorada para colgármelo y lo veía en el coche conduciendo y sentado en la mesa fumándose un pitillo que acababa apagando en la raja de melón que se había comido de postre, pero buscaba algo más profundo … Me rendí, pensé que tal vez como mi padre había dedicado gran parte de su vida a trabajar duro para poder asegurarnos una vida no solo sin penurias, sino bastante cómoda ( de la que estoy eternamente agradecida) o como decía él, que eso si lo recuerdo, para que nada nos faltara, pues no había pasado tiempo conmigo suficiente. Craso error pensar eso, porque la verdad es que con mi mente tampoco puedo recordarme a mí misma, ni  a mis hermanos con quienes pasaba todo el tiempo, ni si me apuras a mi madre, que no hizo otra cosa en la vida más que cuidarnos y estar con nosotros a todas horas y , sobre todo, era un error pensar eso porque el amor no se mide en tiempo y además siempre deja una huella, pero no siempre es un huella en la memoria en forma de imagen.

Mi madre, por otro lado, siempre se ha empeñado en repetirme que yo soy y siempre he sido el ojito derecho de mi padre… supongo que eso se debe, en parte a como soy, espero, pero también a que después de tres hijos varones llegué yo, y eso me puso en una posición favorable, destacada… y es que el género si importa, a veces para bien y a veces para mal, pero esa no es la cuestión ahora.

Así que, aunque no encontraba el dichoso recuerdo confiaba en que me llegara de alguna manera y así pasó. El recuerdo me llegó una noche de golpe, a través de mi hija de 6 años, mientras ella dormía plácidamente.

Desde que ella nació escucho lo mucho que se parece a mí en todas sus variantes: es igualita que tú, clavada a la mama, no puedes negar que es hija tuya, es como tú en miniatura, sois dos gotas de agua….

Pero parecidos aparte, para mí, ella es la criatura más maravillosa del universo, todo su ser me parece un conjunto armonioso de partes que encajan perfectamente entre sí para dar como resultado a ella, mi África, única y especial. Y la miro, con cara de boba, con los ojos rebosantes de la belleza que ven, y observo con asombro de amor infinito sus movimientos al hablar, todo su ser, y siento el calorcito de sus manos, la rugosidad de sus rodillas, la ternura de sus pies y aspiro el olor de su sudor, de su aliento y de su piel morena y al hacerlo me inundo de algo incomprensible que me lleva casi a las lágrimas, al miedo a perderla, a que sufra o sea herida, al éxtasis de que sea mía, de que estuviera dentro de mi cuerpo. Y llego hasta un abismo de tiempo que me devuelve a mi propio yo. Y así, desbordada por las emociones y el amor que ella me provoca, recordé que mi padre sentía lo mismo al verme dormir a mí, y lo sentí más allá de un recuerdo nítido de la mente, mucho más claro que si de una foto se tratara, lo recordé de la forma en que se recuerdan las cosas que se han transmitido por la piel, el corazón y el alma y que nada, ni el tiempo, ni la enfermedad, ni la distancia, ni la muerte pueden borrar.

Dedicado a mi padre, a mi amiga Silvia y a su padre Paco.

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail