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Fuerte, si tuviera que elegir un solo adjetivo para definirla, ese sería. Fuerte, la Feli es una mujer fuerte, mental y físicamente. Durante toda su vida no se ha puesto enferma nunca, jamás la escuché decir que le dolía la cabeza y aún menos osar a quedarse en la cama aquejándose de algún dolor. Ella se levanta cada día, hace el desayuno, las camas, barre, friega y quita el polvo. Hace la comida ¿Para cuántos? Para los que estén a comer, si son 3 como si son 20. La casa está abierta, para todos los que quieran llegar a compartir un rato, y no hace falta que traigan nada, ella ya se ha encargado de comprarlo todo de antemano. Hospitalidad, ante todo. Y limpieza. Porque todo tiene que estar limpio, que no se diga.

La Feli es una mujer limpia, porque así se lo enseñó su padre Gonzalo, que había que ser limpio y ordenado y, por eso, para ella las cosas no están sucias, sino que tienen más mierda que el rabo de una vaca y las camas no están mal hechas, sino que las ha hecho el enemigo. Y todas esas frases de verdades universales las heredó de la Santa, su madre, que aún decía más refranes que ella, pero de generación en generación se van perdiendo.

Además de fuerte es única, y no tiene reparo en decirte que ella es machista o que no le gusta viajar, porque, la verdad, le importa un bledo lo que piense la gente, si ella está convencida de algo lo suelta sin pensarlo dos veces, lo que me parece una maravillosa virtud, por cierto. Aunque la verdad es que lo que más quería en el mundo es que yo tuviera una hija (y no un hijo) y también es verdad que ha viajado por España bastante y siempre ha vuelto encantada de la vida, y si bien es cierto que nunca se ha montado en un avión, estuvo muy cerca de hacerlo una vez para ir a Oslo y también sé que en caso de necesitarla sería capaz de agarrar un avión o un submarino con tal de llegar a donde un hijo suyo estuviera. Porque ella es fuerte y sabe vencer sus miedos, y si hace falta se desdice de lo que una vez afirmó con total rotundidad, así es la Feli, única y espontánea.

Sin darse por vencida aprende lo que tenía que haber aprendido de pequeña, así que siendo ya mayor estudia algunas materias de la escuela, agarra el lápiz y saca la lengua para intentar no salirse del renglón al escribir. Le cuesta, dice que es torpe, pero lo vuelve a intentar. Y animada por sus hijos empieza a leer, y con gran éxito se lee algunos libros grandes, de esos de mil hojas, y se apasiona con ellos, a la vez que lucha por acordarse de los nombres de los personajes, pero no se rinde, no deja el libro a medias, no, lo lee hasta el final y lo ha entendido y le gusta hablar de lo que ha leído, y ella se siente orgullosa de sí misma y sus hijos y esposo también se sienten orgullosos de ella.

Ella no se da tregua, incesante en su labor de criar hijos, cinco, ni más ni menos, que parece que como no tenía otro trabajo pues a ver que iba a hacer… pero es que si hoy en día a cualquiera de las que ahora tenemos entre 30 y 40 años nos cayeran 5 criaturas a las que criar no íbamos a saber ni por dónde empezar. La cantidad de paciencia que se necesita para dicha labor no es abarcable, y la faena es infinita, pero a ella le sobra tiempo hasta para coserle el culo al diablo porque lo peor no es limpiar babas y lavar ropa, no, lo peor viene cuando esas criaturitas divinas se convierten en adolescentes. Miles de noches sin dormir, pesadillas terribles que ahuyentan su sueño, temiendo que alguno de sus crecidos bebes pueda sufrir un accidente… o algo peor. Y, entonces, cuando oye la puerta se siente aliviada y da gracias al cielo, pero no puede evitar regañarlos al día siguiente y, por eso, no los deja dormir hasta tarde porque ya podrían haber dado un buen jornal en lugar de estar ahí durmiendo y si uno sirve para trasnochar también tiene que servir para madrugar y hacer algo útil. La vagancia no está en su plan de vida y, por tanto, tampoco en la de sus retoños.

Y va capeando el temporal de malas notas, novios a destiempo, alguna pelea callejera, una que otra llegada de alguno borracho… lo normal de cinco hijos. Pero es que sus hijos lo son todo para ella.¿Qué dedo me corto?” Dice, para expresar que cada uno de sus 5 hijos es igual de importante. Pero ella es fuerte mentalmente y asume que sus hijos crecen y hacen su camino, y algunos se van lejos y lo acepta, aunque su corazón sufre por la ausencia y llora por ellos.

Entre tanto también se divierte, porque es dicharachera, y le encanta reírse, especialmente si es entre sus hermanas. Estar de guasa, contar chistes, bailar, hacer bromas. Recibe a todos los amigos de sus hijos, algunos extranjeros, con los que se entiende a gritos, y todos le cogen cariño a la Feli, porque ella es tan natural y expresiva.

La Feli es alegre y sigue siéndolo el día que le dicen que está enferma, así de sopetón, sin que nadie se lo espere, ni pueda intuirlo, ni siquiera imaginarlo por un momento. Pero empieza la batalla y no es fácil, es dolorosa y el dolor es algo que no puedes compartir, no puedes hacer que otro cargue con un poco, el dolor es personal e intransferible. A la Feli le duele todo, se siente angustiada, mareada, descompuesta demasiados días al mes. El trajín de hospital no cesa, su vida se convierte en un calendario de citas continuadas al médico, pruebas, Tacs, medicinas de todo tipo, tratamientos que le causan otros dolores, le duele el estómago, se le cae el pelo, la piel quemada, sin ganas de comer, deshidratación, malestar continuo, angina de pecho… La lista es interminable y lo resiste todo, al lado de su Fernan, que hace las veces de boticario, secretario, cocinero y enfermero (Gracias papá, por si nunca te lo hemos dicho). Y lo supera, una y otra vez, pero la enfermedad vuelve una y otra vez. Y las fuerzas le flaquean, a la fuerte Feli, algunos días le falla el coraje para seguir resistiendo. Porque también es humana y se cansa de estar cansada, de no tener ganas de nada, ni de reír, ni siquiera de salir de la cama, ella que nunca en la vida se ha permitido levantarse tarde porque eso es de vagos.

La Feli es mi mamá y ahora cuando la muerte se pasea frente a ella, cuando la merodea y hasta le hace caricias, ahora más que nunca sé lo fuerte que realmente ha sido siempre, ahora más que nunca admiro su coraje, su valentía porque hasta a la misma muerte le hace frente y de donde parece que no quedan fuerzas ella las saca y con un golpe de súbita energía le planta cara, entorna los ojillos, aprieta el morro y le dice “pues por narices que salgo de esta y no me agarras, lo vamos a ver” y resurge, como el Ave Fénix. Porque como dice, en Inés del alma mía, Isabel Allende: “La muerte, menos temida, da mas vida” y así es, la muerte se va, la deja en paz y ella se aferra de nuevo a la vida, nos mandamos besos y te quieros, nos abrazamos fuerte cuando por fin nos vemos y no queda ni rastro de lo que pudieron ser peleas de adolescente y madre, de malentendidos y discordias. Solo nos queda lo que realmente nos importa, el amor, el amor que ni siquiera algún día la muerte podrá quitarnos. El amor que siempre vivirá en el corazón de todos los que te aman, porque como dice también el mismo libro “Al final solo se tiene lo que se ha dado” y tú, mamá, lo has dado todo. Te escribo esto para que nunca dudes, ni en los momentos más difíciles, que eres fuerte, generosa y valiente y que tu vida ha dado sentido a la mía y a la de mis hermanos, a la de mi padre y a la de muchísimas personas que cada día piensan en tí, rezan a Dios o mandan un deseo a una estrella para que te quedes con nosotros un poco más, porque la vida contigo es más bonita.

Te quiero con toda mi alma.

 

 

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