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Los amantes del sol somos todos aquellos que, estudios científicos aparte, sentimos su fuerza y su energía correr por nuestro interior cuando un rayito de sol nos acaricia el rostro. Somos aquellos que buscamos desesperadamente ese haz de luz y calor en cualquier rincón de la casa, para hacer de ese espacio el sitio en el que pasar las horas. Somos todos aquellos que tomamos el camino más largo a nuestro destino, solo por ir del lado de la calle donde da el sol.

Si vives en un país no tropical y, por tanto, te guste o no, tienes que pasar por la estación del invierno, tu aliado, sin duda, es el sol.  Gracias al astro rey hay muchos días grises y fríos que, de repente, se abren y te dan la posibilidad de escapar de la tenacidad de la sombra, de relajar los músculos del cuerpo y de la cara y tomarte un cafecito sintiendo que algo mágico y bueno está pasando en tu interior y que, claramente, se refleja en tu exterior. En esos días en los que, a pesar del frio, sale el sol, el pelo adquiere un brillo y un volumen diferente, la piel se hace más tersa, las manos se desenvuelven mejor en la tarea en la que estén ocupadas, el corazón late sin prisa y el paisaje que te rodea se ve con ojos más benévolos, menos críticos y más dispuestos a captar la belleza que hay en él.

Enamorada enloquecida del sol, he llegado a estar literalmente encaramada en una esquina de mi terraza para conseguir disfrutar de unos cuantos minutos de exposición solar. La diferencia entre el interior sombrío de la casa y el de ese cachito de terraza soleado era tan abismal, que nunca dudé entre pasar la sobremesa tumbada en el sillón o sentada a duras penas en ese poyete. El sol era el que hacía las delicias de esas horas muertas entre la comida y la vuelta al trabajo.

Y la razón de que tuviera que prácticamente escalar para tener ese tan deseado ratito de sol, fue que a mi vecina se le ocurrió hacer una obra, muy pequeña, pero por la que subió el muro que separaba su terraza de la mía lo suficiente como para mermarme casi radicalmente la entrada de sol en invierno. El primer día que vi esa extensión de muro, me enfurecí tanto que no podía parar de proliferar insultos a voz en grito. No conseguí nada; lo hecho, hecho estaba y además a algunos les parecía que no tenia derecho a enfadarme tanto por un poco de sol….

Pero ayer, mientras tomaba unas cervezas con unos amigos en la Plaza de Almagro y hablábamos precisamente de la delicia de tener solecito (las nubes acechaban a cada rato) me llegó una noticia que me ha dejado maravillada y esperanzada. Al parecer una familia británica ha interpuesto una demanda judicial contra el estadio de futbol Stamford Bridge, pues la ampliación que pretenden hacer dejaría su jardín totalmente en la sombra para siempre. A pesar de las grandes sumas de dinero ofrecidas para compensarles, la familia se ha negado y ateniéndose al “derecho a la luz” (que yo no sabía que existía) es muy posible que las obras previstas para dicho estadio no vean la luz, nunca mejor dicho.

Esta familia británica son un tipo de amantes del sol de los que a mi me encantan porque, además, son luchadores, rebeldes y portadores de esperanza.

Desde lo más cálido de mi corazón deseo que esta familia conserve su jardín soleado y que, así, además de seguir disfrutando del placer de ser acariciados por la estrella más potente del universo, den un ejemplo al mundo de que hay cosas que son vitales y no se compran con dinero.

 El sol, la más importante de ellas.

 

 

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