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Iba a llamarse Bárbara, por ser la patrona de los artilleros y, posiblemente, le habría quedado al pelo el nombre con esa personalidad de traca que tiene desde el día que inició su vida una fría mañana de febrero.

No es solo que sea peleona, que lo es, es que le encanta llevar la contraria, ir contra vía, y se lanza, además, cual camicace en una carretera donde solo ella va en la dirección opuesta, a mil kilómetros por hora. Pero, justo cuando va a estrellarse, tiene los reflejos para dar un volantazo y salir casi airosa del asunto, aunque algún raspón, corte y arañazo sí que se lleva.

Como un gatillo arisco se lame las heridas en soledad, renegando de su suerte sin entender por qué acaba, a veces, tan mal parada si eso no es lo que, en el fondo de su alma, quiere. Así que se duerme, pero se levanta asustada, se siente sola y llora. Extraña muchas cosas, las que más, relacionadas con la sangre que nos une a otros seres, tal vez un hijo, de seguro a su madre.

Desde bien pequeñita tiene aversión por la comida, siendo solo un bebé no comía ni un cuarto del biberón, más adelante las vecinas pensaban que no comía por mimada, se la llevaban a sus casas y ni avioncito, ni tele, ni cuentos chinos, la niña no quería comer y punto. Separa todo lo que tiene color y mira la comida con suspicacia como si le fuese a saltar a la cara y arrancarle la nariz. Pero, en los últimos años, se ha vuelto buena cocinera sin saber prácticamente a qué sabe lo que cocina, cual bruja que prepara una pócima destina a ser probada por una princesa y no por ella, le sale la comida en su punto justo, rica, con aromas y sabores que recuerdan a aquellos que salían de las mismas ollas tan solo un par de años atrás, pero que ya solo pueden salir más que a través de ella, envolviéndonos en el dolor de la pérdida y en la alegría de lo vivido.

Nunca te niega un favor, aunque refunfuñe, porque más bien está deseosa de que alguien le solicite sus conocimientos de “manitas” de la tecnología de móviles, teles y otros dispositivos. Trastea y bichea hasta que da con la clave y te soluciona el enredo, se pavonea de ser más lista que tú y haber conseguido lo que tú no habrías logrado ni en horas, y es la pura verdad, esa es su forma de llamarte la atención para que le digas un piropo, algo que no es habitual en su familia, pues un halago es algo demasiado precioso que nosale así como así allá donde ella está, hay que ganárselo realmente y, para que no se te suba a la cabeza, no te lo van a decir directamente, tendrás que esforzarte en oírlo a hurtadillas, indirectamente, en una conversación que no deberías escuchar.

También es buenísima para hacerse pasar por ti si lo que necesitas de ella es que te sustituya para hacer esa tediosa llamada telefónica, ahorrándote preciosos minutos de tu vida, gastando los de ella, sin que le importe hacerlo, esperando solo que la recompenses con un detalle que le saque ese brillo de ilusión en la mirada y en la sonrisa, algo que le recuerde que es querida y valorada. Y es que, si la necesitas de verdad, no te va a fallar nunca.

Peluquera de profesión y amante de los gatos, no duda en colarse en cualquier solar abandonado y tenebroso para rescatar a cualquier gato callejero que esté en apuros. Los adopta, los mima, los ama con locura y les habla con ternura infinita, convencida de que la entienden a la perfección. Por nada del mundo abandonaría al gatito a su suerte o se lo daría a cualquiera, no le pesa tener que hacer lo que sea por él, es una madre gata y, si no que se lo pregunten a Tuke, que es su hijo gato, su inseparable, su confidente y amor eterno. Cada mañana, para no dejarlo solo unas horas en la casa mientras trabaja, se lo lleva en transportín a su otra casa para que esté acompañado y, horas más tarde, después de comer y dormitar la siesta vuelta a la otra casa, y es que estos dos han pasado de solo tenerse el uno al otro a ser dueños y señores de tres dominios dentro del mismo pueblo, y así van, de oca en oca y tiro porque me toca. Cualquiera esperaría que con tanto trajín el gato se hubiese vuelto medio tarumba, y no digo yo que no lo esté porque a la mínima te suelta unas flores, bufido en un español menos manchego, pero a la vez, puedo decir que bastante bien lleva el nomadismo, nada propio de los gatos, al que le somete su dueña.

Y así van pasando los días y los años y mi chiquita ya no es tan joven, pero se ve igual de bonita porque tuvo la suerte de heredar unos bellos ojos negros, una melena abundante y una nariz egipcia que quien sabe si no esté emparentada con la mismísima Cleopatra, con esa piel tan blanca como si se bañara en leche de burra y una belleza medio infantil que la mantiene en una especie de juventud perpetua. Pero mientras que, en el mundo antiguo, del que parecen venir su veneración por los felinos y esos rasgos de pirámides, la faraona no dudó en aniquilar a sus hermanos para satisfacer sus deseos de poder, la reina de mi cuento no le haría daño ni a una mosca, por más que la furia y la rabia se apoderen de ella en algunos momentos. Y es que procede de un linaje de armas tomar, en el que los sentimientos de cólera se sacan en vendavales que arrasan al paso, la paciencia se agota antes de empezar y la mente confabula contra uno mismo para hacerte sentir vulnerable.

Aunque no nos parecemos en casi nada, porque a ella no le gusta leer, pero le encanta decir que a mí sí, ella se come la miga del pan y yo la corteza, ella usa zapatos de tacón yo planos, prefiere el invierno yo el verano, le encanta conducir y a mí ir en bici, ella ve pelis y yo escribo, y así con casi todo, a la vez, tenemos muchas cosas en común, descendemos del mismo árbol y tenemos las raíces en el mismo lugar, y a las dos nos sacude el miedo y la tristeza con un zarandeo que nos hace perder el norte y decir lo que, muchas veces, no sentimos en realidad.

Así que nos peleamos, y no sé cuándo la culpa es mía o cuando es de ella, pero sí sé que no se llama Bárbara, porque si no sí que la habríamos hecho buena, decía la Feli, y también sé que siempre encontraré mil razones para enfadarme con ella pero, sobre todo, sé que siempre habrá una razón poderosa, única, no compartida con nadie más en el mundo entero, y exclusiva para reconciliarnos, perdonarnos y volver a abrazarnos, y la razón es que ella y yo somos las hijas del mismo ángel, que desde el cielo nos cuida y nos recuerda que somos hermanas.

Siempre te voy a querer, hermana mía.

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