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Ella no tiene pereza de ningún tipo. No le da pereza salir de la cama temprano y ponerse a trajinar, inmediatamente después de haberse tomado su café. Tampoco le da vagancia ir a la compra, arrastrar el carrito lleno de cosas ricas para después cocinarlas. Tampoco se lo piensa a la hora de subirlo escaleras arriba, sin esperar que nadie lo haga por ella. A ella le encanta tener cada cosa en su sitio en todo momento y, por eso, no puede estar esperando a que alguien se desocupe para venir a ayudar. Ella lo hace sola, aunque a veces se sienta como una mula. Y le gusta el lugar que elige para cada una de sus cosas porque es el que cree que deben tener y no otro, por eso quiere después encontrar lo que busca donde lo dejó y no en cualquier otro lugar. Eso de tener las cosas al retortero le pone de muy mal genio y le vale más de un enfado gordo con alguien querido, pero es que no puede evitarlo, a ella le gusta el orden y la limpieza, y no le da pereza hacer las cosas para que todo esté como ella quiere.

Por eso, cuando tiene que estar conmigo en el hospital, ella llega y coloca sus cosas con todo mimo y esmero en el pequeño armario que tenemos: su abrigo y su pañuelo perfectamente colgados de la percha, su bolso en la balda de arriba, con todas esas cositas que siempre lleva en él; unos caramelillos por si le da la tos, unos clínex por si te da la moquera, un bolígrafo por si hay que apuntar alguna cosilla, un bote de perfume de Aire de Lowe porque venía en la caja del perfume grande que compró y nunca está de más llevarlo, una botellita de agua por si la boca se reseca, su monedero, unas gafas de sol, crema para las manos y cosas pequeñas como clips que han ido a parar ahí, no por desorden sino por la idea precavida de que puedan servir en un momento dado para algo. Porque si hay algo que le gusta es tener a mano esa cosa que te salva la tanda, que te hace un apaño, que te saca del aprieto, con el gusto que da sentir que ese chunche que andas cargando de aquí para allá ha servido para algo, por eso mismo también guarda abrigos, zapatos, disfraces… todo lo que no sea un zarrio y, por supuesto, bien guardado, no tirado en el fondo de un armario.

Además, acomoda su bolsa de la ropa, la que va a usar durante los días que haga falta estar a mi lado en esa habitación de hospital, durmiendo en un sillón (no se si esos sillones califican para tal denominación en realidad). Entre la ropa que trae, que no es nada, lo más importante es su ropa interior porque si algo le escuché a lo largo de toda mi vida fue lo de “lávate el culo porque de nada te sirve pintarte la cara si el culo lo llevas apetitoso” (como siempre juega con la ironía de llamar apetitoso a lo asqueroso). Su bolsa de aseo, que de sencilla que es da ternura: un cepillo de dientes, un peine, un colorete y una sombra de las que casi ni se notan, una brochilla y una lima de uñas (por si acaso). Y, por supuesto, sus zapatillas de estar en casa pues si hay una sola cosa de la que sí se queja es del daño que le hacen los zapatos. No importa que tipo de calzado sea, todos le producen un dolor insoportable por hache o por be, excepto sus zapatillas de andar por casa.

Y como nada le da pereza, ahí se acomoda a mi lado para pasar los días que haga falta, porque ese es el sitio que ella quiere para sí misma ahora, y así la veo pasar las horas sin emitir una sola queja sobre lo aburrido de la situación, sin lamentarse de lo que podría estar haciendo pero no hace por estar ahí sentada a mi lado, preguntándome si quiero que le de la vuelta a mi almohada para que esté mas fresquita, o que si me quiero levantar un poquinino para que ella pueda estirar las sábanas para que esté mas cómoda en la cama, o si necesito agua, o ir al baño, pendiente solo de mis necesidades, como si las suyas, todas las suyas, se hubieran evaporado de sopetón, sin dejar ni rastro, sin hacer ni el mínimo amago de que fueran a volver jamás mientras yo esté ahí, porque ya nada de su mundo exterior o interior existe más, ya solo existo yo en sus ojos, en sus desvelos, en su sonrisa, en sus bromas, en sus conversaciones, en sus pellizquillos, ya solo existo yo para ella.

Pero, y ahora, ¿Dónde estás, ahora? que no te veo pero te siento más que nunca.

 

 

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