No hay nada más cierto que, tarde o temprano, todos nos vamos a morir algún día y, aunque podría llegar a ser una idea liberadora, hay algo en ella que nos aterra, que nos hace girar la cabeza hacia otro lado y evitar el tema. Al menos en las culturas que yo conozco, porque hay sociedades en las que este tema no es un tabú o algo de lo que hablar solo cuando no queda más remedio.
Hace unos meses, de hecho, adquirí una aplicación para el móvil que se llama Wecroak. Me animé a instalarla, por el módico precio de un euro y poco, porque en una revista inglesa llamada Idle (me encanta lo que significa esta palabra, por cierto) leí un artículo de una chica que hablaba de dicha app. Basada en la filosofía de Bután, la app te envía 5 frases que invitan a la reflexión sobre la muerte. Según esta filosofía, pensar profundamente sobre la muerte hace posible alcanzar la plenitud de la felicidad en la vida. Así que, ¿por qué no?
La influencia que estas frases célebres tenían en mí hacían que me parase a valorar más lo que estaba viviendo en ese preciso instante (las frases van apareciendo en tu teléfono en cualquier momento del día) y, por eso, decidí tratar el tema de la muerte en mi grupo de conversación de inglés Teatime. Durante varias semanas, el tema se fue haciendo cada vez más interesante, las participantes de este grupo buscaban reflexiones e ideas sobre la muerte y las compartíamos con verdadero entusiasmo. Fueron unas clases inolvidables, llenas de sabiduría y de vida, siendo el tema la muerte, así de curiosa es la vida.
Algo que siempre me ha suscitado interés y curiosidad son las ciudades de los muertos, es decir, los cementerios. Al igual que en la vida, los muertos también necesitan de un espacio en el que estar y, muchas veces, es muy fácil reconocer por la tumba como fue la casa del que descansa en ese trozo de tierra santa. De pequeña, mi madre me llevaba al cementerio de su pueblo en Badajoz para visitar la tumba del abuelo Gonzalo y otros familiares, y siempre acabábamos dando un largo paseo por ese lugar que, para mí, no tenía nada de siniestro. Recuerdo que mi madre hacía cálculos de lo jóvenes o viejas que eran algunas de las personas cuando murieron y según el caso le cambiaba la mueca de la cara. Supongo que inevitablemente hacía comparaciones con su edad y se aterraba o se sentía esperanzada. A mí me gustaba estar allí, me sentía bien y disfrutaba mucho de estar con mi madre. Cuando salíamos de allí, tal y como afirma la filosofía de Bután, sentíamos que estábamos más vivas, ìbamos a casa y nos sentàbamos en el umbral a saborear la sencillez del momento presente, en paz.
De mi viaje a México me quedo con el día de Muertos y su increíble forma de celebrarlo. Me encantó pasear por la noche entre tumbas de mexicanos absolutamente ajenos a mi vida y comprobar que los vivos aman a sus seres queridos aún mucho después de su muerte y, por eso, aunque sea por un día llevan la fiesta al lugar de los muertos y allí escuchan música, comen, beben y ríen. Los muertos, ese día, están un poco más vivos, seguro más felices en sus tumbas. Así lo muestra la película de dibujos Coco, una auténtica maravilla.
En Europa me encanta entrar a los cementerios que hay en cualquier iglesia, en mitad del pueblo, en calles con ajetreo, y ahí, como una parte más de la vida, se encuentra la muerte.
El otro día fuimos a visitar a un amigo que tiene un restaurante justo al lado de un cementerio. Para los que conocen la zona, hablo del Hula Jungla y del cementerio de Carrillo. Aunque había estado más veces ahí, nunca me había fijado que están literalmente pared con pared, solo que como esto es Costa Rica no hay paredes y la valla que separa ambas propiedades está un poco deteriorada en un punto, así que se puede acceder al cementerio por la parte de atrás del restaurante, sin más, como otro paralelismo más de la fina línea que nos separa de la muerte.
Entonces, el cementerio empezó a ejercer una fuerte influencia sobre mí, ya quería entrar a verlo. Le pregunté a mi hija si ella quería que fuéramos juntas y no lo dudó un momento.
Nada más cruzar la frontera entre las dos parcelas mi hija exclamó que le parecía muy bonito. Y a continuación me preguntó si podía colocar bien las flores que estaban caídas encima de las lápidas, como consecuencia de las tormentas de los últimos días. Y así, con un mimo infinito ella se acercaba a las tumbas y ponía las flores en su lugar, si había varios ramos los disponía para que se viera bonito. Y mientras a mí me llamaba la atención que las tumbas no estuvieran alineadas, ordenadas por calles, como suelen estar en España, ella se movía de una a otra con total naturalidad. Entonces llegó a una que claramente pertenecía a un niño. La lápida era de baldosas azules y blancas y había un balón de fútbol a modo de macetero. Ella se acercó y comentó que esa le encantaba. Enseguida se puso como a jugar, hablando en voz baja como hacen los niños y moviéndose de un lado a otro de la tumba. Me pareció que, como en la película de Coco, de alguna manera los dos niños habían traspasado el puente que separa ambos mundos y, por un momento, jugaban juntos. Ella parecía tan contenta que pensé que los niños son tan increíbles que encuentran formas de jugar y divertirse hasta con los muertos.
Continuamos nuestro camino comentando lo mucho que nos gustaba que hubiera árboles y hierba alta, las terrazas de un hostel dan el cementerio y al otro lado está la carretera y la parada de bus. Realmente, este cementerio está completamente integrado en la vida. Nos deteníamos a observar las lápidas algunas muy antiguas, otras sencillisimas y una, en especial, con solo una tabla de surf por inscripción, porque no necesita más para que muchos sepamos a quién pertenece.
De repente, mi hija se fue directa a tocar una tumba que era de lo más sencilla, las baldosas eran todas blancas, levemente elevada del suelo y un poco más pequeña de lo normal. Su reacción en esta tumba, a diferencia de con la otra que le suscitó el juego, fue de total dulzura, acariciaba la lápida con cariño infinito, como si algo de ahí le despertara toda la ternura posible. A mí me sorprendió y entonces leí la inscripción, era la tumba de un bebé. Se me empezaron a desbordar las emociones, pensé en esa familia, dejando allí a su bebé de tan solo dos días de vida y la pena se me agarró al corazón. Leí las fechas varias veces, no podía creer el tan corto espacio de vida que se le había concedido … y por la cara que debí poner, como las que ponía mi madre, mi hijita me preguntó quién estaba en la tumba, le dije que era una bebé y su ternura se hizo aún mayor. Sin pensarlo, como movida solo por un instinto de protección, se abrazó a la tumba y musitó palabras de amor para esa pequeña bebita. De alguna manera, ella le brindaba su afecto y su calor, acunando en sus brazos a una bebé apenas recién nacida que hoy sería una joven de 19 años.
Nos fuimos del cementerio, cogidas de la mano, más vivas de lo que habíamos entrado un rato antes. África parecía feliz de haber hecho compañía a niños que ya no están aquí, pero que con su energía lograron que ella se acercara sin miedo, porque la inocencia de los niños les puede llevar al instinto más primario de amar, jugar y sentir compasión sin plantearse que hay más allá, sin tabues, con naturalidad. Y yo con la seguridad de que hay conexiones que van más allá del tiempo y del espacio. A miles de kilòmetros de distancia de aquel pueblo extremeño, y después de más de 30 años, me sentìa como si hubiera vuelto a mi infancia siendo madre e hija a la vez al revivir aquellas tardes con mi madre, pero ahora con un intercambio de roles, yo en el de mi madre y mi hija en el mío propio.
Sin duda, fue una tarde mágica.
Qué bonita historia, tan real, tan común y tan del día a día. Para que podamos valorar, apreciar y exprimir más aún la vida. Personalmente, los cementerios son unos lugares que despiertan totalmente mi interés. Sea cual sea el lugar al que viaje del extranjero, los cementerios son una visita obligada para mí. Aprendo mucho de la cultura de una población, sus costumbres, sus creencias. Para mí los cementerios no son sinónimos de tristeza, pérdida o decadencia, sino un lugar en donde los sentimientos y los principios humanos, se viven más profundamente.
En fin, qué decirte María. Me encanta tu forma de narrar, de transmitir y de cómo incluyes a nuestra linda África en tus historias y la haces partícipe, tanto en el papel como en la vida misma.
Coincido contigo en que existen conexiones más allá del entendimiento, tanto en tiempo, lugar como estado vital, y espero y deseo que nosotras siempre lo sepamos encontrar.
Te quiero mucho.
Qué bonito lo q escribes , María. Me encanta la forma de comunicar tus experiencias y además me siento muy identificada contigo. Yo siempre he visitado el cementerio de Almagro con mis padres y mi tía. Es una de las tradiciones que ,desde niña , recuerdo con más cariño;y que, además, no puedo dejar de hacer los últimos días de octubre, antes de la fiesta de los Santos, si no voy me falta algo. Aquellos Teatimes me dejaron una idea muy clara y me ayudaron a superar miedos: “no hay q temer a la muerte porque forma parte de la vida”. Salieron muchas frases consoladoras que, a mi, me maduraron en muchos sentidos. Muchas gracias por lo q escribes María. Siempre nos haces reflexionar sobre un rinconcito de nuestro yo y eso me parece preciosoo. Un beso muy grande para los tres.
Mi querida María tan lejos y tan cerca con tus escritos que como siempre nos hacen partícipe de tus pensamientos.
Sin lugar a dudas es con el que hasta ahora mejor me identifico de lo que llevo leído de ti, no sólo porque al igual que tú he visitado desde que tengo uso de razón el cementerio con mi madre y mi abuela , la que siempre llevo en mi corazón como mi segunda madre y con la que me identifico en casi todo. Recuerdo comprar velones con ella en los días próximos al uno de noviembre, y como las luces que encendía también en casa siempre me transmitían sentimientos positivos., al saber que iluminan a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros.
Pero lo que me más me ha llamado la atención de tu escrito es que por alguna extraña razón, yo también pienso que nuestros seres queridos muertos siempre están con nosotros. Esto es lo que me hace no tener miedo a la muerte.
Sigue escribiendo María
Maria, me encanta lo que escribes y como escribes. Al leer tus articulos me hacen pensar diferente y me gusta.
Sabes una cosa? Mi abuela cuando venia a Almagro siempre teniamos que ir a dar un paseo al cementerio. Le gustabs mucho. Y cusndo yo iba a Hungria pues tambien. No se explicarte el motivo pero me encanta pasear alli por la paz y trsnquilidad me siento. Lo que pasa no se lo cuento a nadie porwue hoy en dia dirian la mayoria de la gente estas loca?…como se puede pasear a un cementerio?
Gracias por compartir ese historia. Un abrazo muy grande a todos!!
Eres una observadora inspirada, María. En lo que observas y en cómo lo observas. De las tres partes de qué estamos constituidos los seres humanos, es la espiritual que tu precioso relato resalta, la menos conocida por la ciencia. Al parecer, la ap enseña a la parte superior (emociones y razonamientos) a desconfiar de la parte inferior (el cuerpo, sus necesidades y los instintos animales) en cuanto al temor a la muerte, y más bien a acogerla con serenidad. Sobre todo, sale a la luz el candor y la sencillez de tu hija y lo que nos enseñas tú al hacerte su mensajera. A ella no le hace falta una ap. A ti tampoco, pues ya tienes a África.
María!! Acabo de leer este gran artículo que había pasado desapercibido y que gracias a dios has sacado a relucir de nuevo!!!
La verdad es que, al menos en España, no nos enseñan a comprender la muerte y se considera yo diría, como un tema tabú.
Me entristece que sea así porque me gustaría estar más abierta a ello, porque es cierto que cuando mis padres hacen cualquier comentario de cuando ellos no estén, quiero cambiar de tema, y ni por un momento imaginar ese doloroso pasaje por el que todos tenemos que pasar.
Me encanta la historia que compartes con África y como te transporta a tu niñez junto a tu mami.
Lo cierto es que yo siempre he creído en la vida después de la muerte, en las almas que nos acompañan y nos guían.
Pero nunca me gustaron los cementerios, de hecho no soy de visitar a los míos que están allí, ya que yo hablo con ellos y les recuerdo a diario en cualquier lugar donde vaya.
Aunque me has hecho pensar en lo bonito que es poder pasear junto a las tumbas como África junto a esas vidas que están en el otro lado y poder comunicarte con ellas o simplemente, dejar aflorar los sentimientos que te vayan llegando.
Linda África!! Me ha vuelto a enamorar con su forma de ser tan extraordinaria!! Algo normal viendo la descendencia tan increíble que posee!!!
Os amo siempre y estoy segura que seremos amigos también en el otro mundo y reiremos, bailaremos y disfrutaremos acompañando a los nuestros que queden en tierra!!
PURA VIDA