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De entre todos los rasgos que me definen como española, ya sean estereotipados o no, culturales, sociales o físicos, el más definitivo es el lingüístico. Hablar español de España, con su z, sus “vale” y su inconfundible rotundidad de acentuar cada sílaba, es lo que me liga y me identifica de manera irrevocable a mi país y a todos mis compatriotas.

Las lenguas me encantan, pero el español me apasiona; amo mi lengua materna y no puedo imaginarme no hablándola, no teniéndola como mi medio de comunicación en el que me siento como pez en el agua. Como decía, me fascinan las lenguas y entiendo que para aprender una nueva lo mejor es sumergirse en ella, por eso, cuando viví en Oslo durante un año me alejé a propósito de los hispanos, y especialmente de los españoles que conocí. Sin embargo, cada cierto tiempo mi cuerpo entero me pedía a gritos hablar español, comunicarme con soltura, sin pensar, solo dejando que las palabras moldearan lo que mi mente pensaba, en un proceso de inmediatez del que no somos ni conscientes. Así que, en esos días, buscaba a unas asturianas que vivían cerca o a mi amiga Marisa, de Badajoz, para hablar hasta que me dolía la cabeza. También hablaba con mi madre, pero en ese tiempo, las llamadas internacionales eran demasiado caras como para andarse de palique.

Con perseverancia y terquedad he conseguido dominar dos idiomas extranjeros, el inglés y el sueco, y me siento súper orgullosa de mi misma por este logro. Creo que hablar otras lenguas abre las ventanas de tu mundo a otros diferentes y apasionantes y es algo maravilloso, se lo recomiendo a todo el mundo, pero nunca podré decir que las manejo como el español. Cuando nació mi hija África, algunas personas me preguntaron si pensaba hablarle en inglés o sueco para así facilitarle el aprendizaje de alguna de estas lenguas. Seguramente la razón de la pregunta era por esta pasión mía con los idiomas, y porque todo el mundo sabe que aprender lenguas es una tarea ardua, especialmente cuando uno se va haciendo roco (mayor o viejo, en el argot de los costarricenses). Con todo mi respeto, pero nada me podía parecer más descabellado que la idea de negarle a mi hija, y a mí misma, tener un vínculo de unión tan íntimo, tan vital como es la lengua materna, que en mi caso es el español. No podía imaginar entonces, y sigo sin poder ahora, cómo podría expresarle que ella es lo más hermoso que me ha pasado en la vida, que todo en ella me encanta sin trastabillarme, dudar, tener que pensar en si está bien pronunciado o si no es que estoy diciendo lo contrario de lo que quiero decir. Cómo podría decirle cariños, bromas, palabras inventadas,diminutivos llenos de ternura, picardías o echarle la bronca si no fuera gracias a la lengua que mis padres me dieron a mí a su vez.

Y es que si se llama lengua madre es por algo (por dicha la palabra lengua es femenina, porque de haber sido masculina sería “padre” y las feministas estarían armando un buen revuelo con esto también). La lengua materna es la que heredas de tu madre, la que te une a la raíz, a la esencia de tu ser que proviene de otro ser, que es tu madre y también tu padre, tu abuela etc. Algunas personas tienen la suerte de tener varias lenguas maternas, pero no es mi caso, mi lengua materna es solo el español, las otras las he aprendido con reglas gramaticales y a base de estudiar y, por eso, a tal pregunta mi respuesta siempre fue clara; no, por supuesto que no voy a hablar inglés con África, ella es mi hija no una alumna. La lengua que compartimos con los seres que amamos es mucho más que un simple flujo de palabras que van y vienen, por eso, mi lengua de unión con mi hija no puede ser otra que no sea el español, la misma que me une a mi madre, a mi padre, a mis hermanos, a mi marido. Solo cuando hablo español soy enteramente yo, me siento yo de forma auténtica, aunque me encante y pueda hablar otras lenguas en diferentes situaciones y contextos.

Para que un niño aprenda idiomas desde pequeño hay muchas maneras, no es necesario negarle la complicidad de la lengua materna. África tiene 8 años y habla el español de España, pero también el de Costa Rica cuando está con sus amigas, inglés casi perfecto y bastante francés.

Como profesora de español para extranjeros paso mucho tiempo estrujándome los sesos para encontrar ejemplos de uso de palabras y expresiones. En las más difíciles siempre pienso en mi madre y en su forma de usarlas, cómo lo dice, cuando y con qué entonación e intención y siempre acierto con el ejemplo perfecto que ilustra el significado de la palabra o dicho. Hace poco, una estudiante de nivel avanzado me preguntó si mi madre se había dedicado a la literatura, tratando así de dar explicación a porqué mi madre es mi fuente de inspiración para encontrar buenos ejemplos de uso de la lengua. Nada más lejos de la realidad, le respondí, pero es que mi madre, las madres, son las mejores maestras de lengua que existen en el mundo, sus palabras siempre nos acompañan, como si se tratase del cordón umbilical que nos une y que nadie puede cortar y en mi caso, no hay duda, ese cordón habla español.

 

 

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