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Tienen muchísimas formas de ser llamados, seguramente porque el conjunto de cachivaches es igualmente variopinto. No existe una manera de definirlos, cuando algún estudiante me pregunta que es un cachivache o chunche o trasto solo se me ocurre decir que es todo eso que encuentras en un cajón, lleno de polvo, sin aparente utilidad, pero con un potencial enorme y, por eso, sigue ahí, por años, a la espera de que llegue el momento estelar de ser usado.

No todos los cachivaches fueron siempre cosas sin valor, alguna vez fueron no solo valiosas o útiles sino también sentimentalmente imprescindibles. Los recuerdos de comunión de tu primer sobrino adornan nuestro escritorio durante meses, tal vez, años, pero en algún momento queda obsoleto, sustituido por otro recuerdo más cercano, tal vez el de la boda de esa amiga tan especial, y entonces ese cosito decorativo tan lindo de comunión va a un cajón, o peor aún, a una caja y esta a un altillo. Es decir, a las profundidades del olvido. Claro, lo guardamos porque pensamos que algún día vamos a abrir esa caja y al verlo nos vamos a transportar a ese día creando un sentimiento feliz en nuestro corazón y, sí, es posible que eso pase. También es muy posible que uno mire el objeto preguntándose qué se supone qué es eso y porqué está ahí, sin sentir ni frio ni calor. El caso es que la mayoría de las veces se nos llena la casa de trastos que llegaron a nuestra vida por motivos sentimentales o porque pensamos que puede sernos útil en otra ocasión.

“El que guarda halla” decía mi mamá con sabiduría, pero hay que saber bien lo que se guarda para que luego puedas encontrarlo y que realmente te saque de un apuro. Porque si lo guardas todo, entonces es como si no guardaras nada. Y, por eso, la frase siguiente que acompañaba a la anterior era: “Eso no son más que zarrios, tíralo ya”.

En algún momento del mes de julio pensé en llevar a cabo el último de esos dos consejos y limpiar la casa de zarrios, trastos y porquerías varias acumuladas durante los tres años que llevo viviendo en esta casa. Me topé de casualidad con un artículo de blog que hablaba de un reto en el que durante un mes tenías que deshacerte de el mismo número de cosas que número de día del mes. Así que, al final de 30 días te has quitado del medio 465 cositas, ni más ni menos. En el blog no solo hablaba de eliminar cosas materiales, sino que lo más importante era que a lo largo de ese mes uno va desechando actitudes como; esto lo guardo para más adelante, esto de momento lo pongo aquí y esto no lo tiro porque le tengo cariño.

Ese mismo día tuve una de mis maravillosas conversaciones con una amiga. Deanna es una mujer maravillosa que me hace sentir como una auténtica reina de los mares y de la vida, tiene un optimismo desmedido y sabe filosofar sobre lo mundano y lo divino en un español que cada día es más perfecto y fluido. Así que le conté mi descabellada idea del reto, y ella hizo exactamente lo que yo necesitaba para que el reto fuera posible y además divertido, sumarse a él. Creó un Excel y tres días después empezamos nuestra nueva tontería de tirar, regalar, donar y vender cosas que con gran entusiasmo apuntábamos en el Excel.

Al principio es fácil, uno empieza por tirar cosas que no le sirven, que son feas o viejas, pero en algún punto la cosa se pone peluda y hay que empezar a regalar cosas que nos gustan, que tienen valor sentimental o cosas a las que has puesto tiempo para crearlas como dibujos, artesanías y bueno, un sinfín de cosas que uno guarda por algo, aunque no sepamos muy bien que es ese algo. Tal vez, ese algo es que nos parece que si tiramos algo sentimental sería como hacerle un feo a quien te lo regaló o como si ese imán de turno representara el viaje entero y fuera a desaparecer todo en el cubo de la basura.

Nos aferramos a las cosas materiales, por nimias que sean como si ellas tuvieran el poder de recrear una realidad ya pasada. Al menos sí es así para mí con algunas cosas, por eso, con amor infinito tengo una serie de pequeños objetos que pertenecieron a mi madre y a los que tengo casi como en un altar, en absoluta veneración porque al pasar la mano por ese pañuelo que ella usaba puedo sentir el tacto de su piel en mis manos. Y ahora que no la tengo más a mi lado, sus objetos me hablan de ella, me la traen a mi vera. Así que, al mismo tiempo que he sido capaz de deshacerme de 465 cosas en solo 30 días, hay unas pocas cosas que me llevaría al mismísimo infierno.

Pero, lo cierto es que al mundo venimos sin nada y también nos vamos sin nada, y en nuestras reflexiones Deanna y yo concluimos que lo más importante que tenemos son las personas de nuestro alrededor, y a veces, estas se van, las perdemos y dejan un hueco enorme y hay que aprender a vivir sin la parte física de ellas y encontrar la manera de mantener una relación que va más allá de lo puramente tangible. No es fácil, por eso, afronté el reto con la esperanza de despejar mi alrededor de cosas inútiles que distrajeran mi atención de lo importante, dejar solo aquello material que es útil o que realmente significa algo y poder así sentarme a contemplar el océano que ruge el nombre de mi madre en cada ola.

 

 

 

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