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Vivimos en un mundo infestado de pantallas. No importa donde estés o qué hora sea, alrededor de tí hay pantallas, gente absorta en su mundo virtual. Es casi imposible encontrar un ambiente en el que no haya nadie haciendo una foto, mirando internet o comunicándose por whatsapp con otro, ignorando casi por completo al que tiene enfrente.

Me asombro cuando en algún restaurante veo a un niño que, abstraído del exterior, sostiene un libro entre sus manos sin levantar la vista de las líneas que lo transportan, como por arte de magia, a otro lugar, otro tiempo, otro clima y otra vida completamente diferente, inimaginable de otro modo si no fuera por el poder de la lectura. Me emociona tanto la imagen que, si no fuera por la contradicción que supondría, le tomaría una foto con mi móvil; en lugar de eso, le hago una foto mental y la saco de mi memoria cada vez que me ataca el desconsuelo de un mundo tan tecnologizado que se convierte en inhumano.

Me enamora la imagen de alguien tumbado en la arena de la playa mientras garabatea algo en un cuaderno, hace que me pique la curiosidad al máximo por saber que es lo que escribe o pinta, que es lo que contienen esas hojas en blanco que se llenan de una tinta que cuenta historias, memorias, sentimientos o pasiones ocultas entremezcladas con trazos imposibles, curvas y colores.

Y es por lo poco común de estas imágenes que tal vez sean tan valiosas. Mi profesora de latín, en el curso de tercero de BUP, en el que solo estábamos 8 chicas inscritas en letras puras de todo el instituto, nos dijo que, sin duda, nosotras conformábamos la élite del instituto. Tenía razón, no era solo un halago para que nos sintiéramos menos raras. Aquellos que hoy en día, leen y escriben a mano forman parte de una reducida élite de personas que tienen el superpoder de la lectura y la escritura, un arte que está al alcance de cualquiera pero que solo los que saben ir más allá de lo que está a la moda y es trendy pueden alcanzar, una habilidad que te permite viajar, ahondar, explorar, descubrir, sentir, amar.

Las niñas, de entre 8 y 10 años, que desde hace dos meses forman parte de mi Taller de lectura y escritura creativa, tienen en su interior la semilla del amor por las palabras, por eso, decidieron invertir parte de su tiempo libre y de juego en leer, escribir y aprender a domar palabras. Por eso, no me sorprendí al descubrir que además de este tienen muchos otros superpoderes increíbles. Estas son sus palabras y dibujos. Gracias a todas.

 

Cuando veo un pájaro busco mis binoculares entre todos mis instrumentos de observación y entonces, desde lejos, lo miro con atención, observo sus colores, su forma y también trato de identificar su canto. Cuando voy a la casa de una amiga, donde nunca he estado antes, tengo mucha curiosidad por saber todo lo que hay adentro, entonces voy a ver los escondites y secretos que hay desde el sótano hasta el techo. Cuando voy al mar me sumerjo en el agua con mis súper gafas de bucear, como si fuera un buzo, y desde ahí busco todos los peces y miro los corales que hay a mi alrededor. Y cuando veo un árbol, sin pensarlo, lo escalo rápidamente para ver si hay ardillas, nidos, pájaros o iguanas. Gracias a mi superpoder me siento bien y sueño con animales fantásticos.

El superpoder de Lisa es la Curiosidad.

 

Solo tengo nueve años pero, a veces, ya he tenido que salir adelante y no rendirme, como cuando tuve que cambiar de mi escuela francesa a otra que no conocía, al principio no quería dejar a mis amigas y profes pero en el primer día en la nueva escuela ya estaba feliz. También tuve que cambiar de país, cuando mis padres decidieron mudarse de España a Costa Rica. Incluso cuando me revuelca una ola en el mar. Muchas veces tengo un plan para hacer algo pero llueve y se cambia, entonces me adapto y disfruto del plan que ha aparecido nuevo. He vivido en muchos lugares, en la ciudad, en el bosque, playa y cada lugar tiene algo diferente y especial, lo importante es saber verlo, apreciarlo y disfrutarlo. Es mucho mejor adaptarse a todo que poner mala cara.

El superpoder de África es la Adaptación.

 

 

Me gusta cocinar y crear nuevas comidas, a veces no quedan de lo mejor pero casi siempre están muy ricas, aunque puede ser que estén un poco quemadas también, sin embargo, con un poco de hambre todo sabe riquísimo y nunca sobra nada. Disfruto muchísimo de cocinar. Empecé cuando tenía cinco años, mi mamá me enseñó a hacer tortillas, y después empecé a cocinar otras cosas, y ahora ya puedo preparar un almuerzo completo y delicioso. Hay muchas comidas que aún no se hacer, pero sí sé que pronto aprenderé. En la cocina pasan muchos accidentes que son inevitables, por eso, hay que tener mucha atención de no cortarse o resbalarse con el agua que cae al suelo, ¡o peor aún quemarse! A la hora de cocinar me siento muy feliz y contenta.

El superpoder de Fátima es la Cocina.

 

Cuando tengo que ir a la escuela, tengo sueño y no quiero levantarme, pero cuando es hora de clase de matemáticas me pongo muy concentrada. Puedo hacer multiplicaciones y resolver problemas en un segundo, no importa si la suma o la resta tiene muchos números, tantos que parece una montaña rusa que sube y baja, no me mareo nunca y siempre acierto con el resultado. Gracias a las matemáticas puedo encontrar una solución a problemas importantes como por ejemplo puedo saber si la cama que quiero comprar va a caber en mi pequeña habitación. Entonces me siento como una sabia.

El superpoder de Zoë son las Matemáticas

 

Desde que soy pequeña me gusta la creatividad y todas las artes. Una de mis favoritas es hacer arte de las cosas más simples. Si veo una caja de cartón la convierto en un casco de astronauta o la transformo en un perro o en un gatito para que sea mi mascota. Me encanta tener miles de lápices de colores y cuadernos. Todo lo que veo que puede ser interesante lo guardo y un buen día es exactamente lo que necesito para hacer una nueva creación. Para mí el arte es un mundo.

El superpoder de Luna es la Creatividad.

 

 

 

 

 

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