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Con Lisa, Zoë y África en este tórrido mes de febrero, hemos viajado por gran parte del globo terráqueo gracias a las historias de mujeres que con su lucha, esfuerzo y valentía lograron cosas inauditas, no solo para otros tiempos sino incluso para hoy en día. Desde España hasta Afganistán hemos visto como mujeres de diferentes edades, culturas y estratos sociales salían adelante con voluntad férrea, dispuestas a dejarse la piel por sus sueños, sus pasiones o por sus creencias en un mundo mejor. Mata Hari nos dejó con la piel erizada por ese beso que les mandó a sus verdugos, justo antes de que la fusilaran por acusarla injustamente de traición; Carmen Amaya, la bailaora de flamenco que nos enseñó el poder que da vestirse como una siente que debe hacerlo para dar lo mejor de sí misma, en lugar de como dicen los demás; con la francesa Simone Veil aprendimos el valor del perdón, incluso cuando el daño causado es irreparable y duele enormemente en el corazón; Corrie Ten Boom, desde su relojería en Ámsterdam, nos llevó a los campos de concentración nazis, a los escondites para judíos y a la generosidad, sin igual, de sobreponer la vida de muchos antes que la de uno mismo; la gran Mary Shelley, a quien solo los libros podían llenar de consuelo la desazón que sufría por la pérdida de su madre siendo una niña, y que la llevó a crear una de las historias más famosas de la literatura con Frankenstein; Shamsia, la grafitera afgana, que arriesgaba su vida para que las mujeres de su país pudieran salir de la opresión del régimen talibán, y muchas más: buceadoras, pintoras, actrices, estudiantes, físicas, … que nos inspiraron a ser más fuertes, a no rendirnos, a enfrentarnos a los miedos, a superar la adversidad, a seguir leyendo y cultivando nuestra mente y también nuestro cuerpo, que son las dos herramientas más poderosas que tenemos.

Estas pequeñas biografías de grandes mujeres las leímos en un libro que se llama “Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes”, en nuestro pequeño club de lectura estuvimos todas de acuerdo en comentar que el título no es realmente lo que más nos gustaba porque no son cuentos propiamente sino historias verdaderas, reales y desgarradoras, aunque todas tienen un final feliz, eso sí tienen en común con los cuentos de buenas noches al uso. Algo que nos encantó fueron las ilustraciones de las protagonistas que iban acompañadas de alguna frase célebre, dichas por ellas mismas, que nos hacía reflexionar un buen rato. Además, nos entreteníamos calculando los años que había vivido cada una. Entonces, les pregunté si conocían a alguna mujer rebelde, como estas del libro. Se quedaron calladas, pensando y pensando… no, no conocían a ninguna. Les dije que no pensaran en títulos, en mujeres astronautas, inventoras o cosas así, que pensaran en alguien más cercano, más normal pero no por ello menos ejemplar, les dije que pensaran en sus madres y se les iluminaron los rostros.

Tengo un amigo norteamericano, Andrew, que cuando se presenta por escrito, debajo de su nombre antes de poner no sé qué título de informática, escribe “Father”. Es decir que él, más que nada, antes que todo, lo que se considera es padre. En el libro de las mujeres rebeldes no hay ninguna biografía en la que el título debajo del nombre de la mujer sea simplemente “madre” y, en realidad, me extraña muchísimo porque el papel que hemos desempeñado las mujeres a lo largo de toda la historia de la humanidad ha sido el de ser madres, más que cualquier otro. Ser madre, aunque a priori no parece un logro como ser científica, maestra o cocinera, en realidad sí lo es, porque desde que una mujer se convierte en madre, de forma biológica o no, antepone la vida de sus hijos a la suya propia, lucha, vence sus miedos y espanta los nuestros con la ternura de su abrazo, se enfrenta a sí misma y se reinventa una y mil veces, se entrega sin reservas, se supera, desafía a lo imposible, perdona y pide perdón, sueña y se apasiona, a veces se equivoca y llora, se cae pero siempre se levanta, ríe, recorre caminos nunca antes andados, no duerme, defiende a sus cachorros como un animal salvaje y ama con toda su alma hasta la última exhalación. Ser madre es mucho más que dar a luz a una o varias criaturas, ser madre es, como leí recientemente, “…la empresa más secreta y arriesgada a la que el ser humano pueda hacer frente” (**El arte del Placer, Gloriana Sapenza)

Aquí les dejo el trabajo de nuestro club de escritura, este es nuestro particular homenaje, estas son nuestras madres. Si quieres colaborar y dejar la biografía de la tuya, estaremos encantadas de leerla en los comentarios.

Gracias a todas las madres del mundo por su rebeldía y coraje.

 

Había una vez una niña que nació en un pequeño pueblo de Badajoz, en España, en una familia de nueve hermanos, siete de ellos eran chicas. Esta niña era muy morena, flaca y desgarbada y le encantaba subirse a los árboles, saltar a la comba y hacer bromas. También tenía un carácter muy fuerte y dominante y, a veces, pegaba a su hermana mayor Luciana, quien salía corriendo a llorar a donde su madre, la Santa, quien con dureza le decía “Pues defiéndete, pava, que tú eres mayor que ella”.

En ese tiempo la vida era dura y los niños no podían ir a la escuela por mucho tiempo, porque había mucha pobreza y tenían que colaborar con la familia trabajando o ayudando en las tareas de la casa y el campo. Felisa, que así se llamaba esta niña, tenía que caminar más de cinco kilómetros con el cesto de la ropa sucia para ir al rio a lavarla, esperar a que se secara al sol y volver caminando de nuevo al pueblo. Tras la muerte de su padre, el trabajo aumentó y todos en la casa tenían que hacer aún más cosas, recolectar leña, echar de comer a los animales de granja y un sinfín de tareas que no les dejaban mucho tiempo ni para jugar ni para estudiar.

En la adolescencia, y casi sin saber leer ni escribir, se fue a la capital para servir, porque decía que no sabía hacer otra cosa más que limpiar y fregar, pero también aprendió a ser peluquera y trabajó duro para ganarse la vida.

A los 24 años se casó y tuvo cinco hijos, a quienes les dedicaba todo su tiempo para que llevaran siempre ropa limpia, tuvieran comida lista y pudieran ir a la escuela y labrarse un porvenir y no tuvieran que servir a nadie. Así, Felisa, pasaba los días enteros lavando, planchando, limpiando, cocinando y pensando qué es lo que iba a preparar al día siguiente. Decía que la cocina era muy desagradecida porque una pasaba horas cocinando y luego en un ratín se había acabado, y justo después decía, “¡ah, pero está tan rico todo!”. Ella cocinaba con amor y a ojo de buen cubero, con fórmulas del que sabe cocinar por una especie de don mágico: “echas una pizca, cuando ves que ya está, si hace chup chup, lo dejas un rato, que no se te pase pero que no te quedes corta… pero … ¿me estás escuchando?”. Nadie le había enseñado a cocinar así de bien, ella sola lo había aprendido a base de intercambiarse recetillas de ese estilo con sus hermanas y amigas.

Cuando Felisa se hizo mayor y ya había criado a sus cinco hijos, empezó a hacer cosas para ella misma y entonces empezó a leer, porque a ella le daba vergüenza ser “una inculta”. Pero venció su miedo al ridículo y la vergüenza y, además de leerse libros muy grandes, decidió que quería aprender más cosas, por lo menos a escribir un poco mejor. Así que, con un poco de tembleque en las manos y mucho tesón se apuntó a un curso para aprender lo que debía haber aprendido en la escuela. Le encantaba ir a esas clases, decía que no aprendía mucho porque le costaba, pero hacía las tareas, le preguntaba a su esposo que le volviera a explicar los contenidos, les enseñaba a sus hijos lo que iba haciendo y, sobre todo, se lo pasaba genial con las amigas, haciendo bromas y riéndose.

Y es que eso era lo que le encantaba hacer: hablar, hacer bromas y reírse. Aunque también podía ser muy dura y severa, pues tenía unos valores y creencias muy marcados y fuertes de cómo ser y si, por ejemplo, te agarraba echando una mentira se enfadaba muchísimo y te reprendía con dureza.

El día que le dijeron que tenía cáncer, no lloró y no permitió que el miedo se apoderase de ella, sino que decidió afrontarlo con muchas ganas de vivir para seguir riendo y cuidando de su familia, que era lo más importante de su vida. Pasó siete años luchando, yendo y viniendo al hospital cada dos por tres, tuvo que aguantarse la pena de que se le cayera el pelo tres veces y lo hizo con una fuerza y un coraje de hierro, luchó como una leona contra todos los dolores, operaciones y efectos secundarios para que ni un solo día de su vida la enfermedad le arrebatara sus costumbres y su determinación, su alegría y sus ganas de ser quien realmente ella era, una auténtica guerrera. Por eso, se rebeló contra todo y nunca se quedó sin salir de la cama o la dejó sin hacer, tampoco los platos sin fregar, y aún menos dejó de recibir visitas en su casa, de festejar un cumpleaños o celebrar una navidad, aunque se encontrase muy mal. Y, en sus últimos momentos, susurraba te quieros y les tiraba besos a sus hijos y a su inseparable Fernan.

Feli es la mamá de María.

“Tienes que ser fuerte, apretar los dientes y seguir pa´lante.”

Fuenlabrada de los Montes, 22 de diciembre de 1945 – Almagro, 23 de abril de 2022

 

Había una vez una niña que nació en Costa Rica, pero pasó toda su infancia en el país natal de sus padres, Holanda. Desde pequeña fue una niña preciosa de ojos azules y pelo rubio. A ella le encantaba leer y dibujar y siempre tuvo muy claro que quería hacer las cosas por sí misma. Cuando era jovencita trabajaba cuidando niños y, a veces, haciendo trabajos de limpieza.

Uno de sus pasatiempos preferidos era visitar a unos vecinos mayores con los que ella hacía actividades como: armar rompecabezas y observar el estilo de vida de estas personas que cosechaban parte de sus alimentos, hacían su propia ropa y en general vivían una vida muy simple y sin lujos; que a Leonie le encantaba.

También practicó el hockey sobre hierba y siendo muy joven viajó a París donde hizo estudios de alta cocina y así que aprendió a hablar francés muy bien y pudo disfrutar de trabajar en  cocinas de restaurantes y de vivir esa ciudad tan interesante.

Un día, Leonie y su hermana estaban planeando un viaje juntas y pensaron: ¿Por qué no vamos a Costa Rica? ¡Para recordar el país en el que nacimos! Así hicieron sus maletas y se fueron a vivir aventuras en este país lleno de mosquitos, monos, flores y sol. Luego de esa aventura de paseo, Leonie decidió regresar, pero esta vez para quedarse por más tiempo…

Cuando llegó, hablaba muy bien inglés y también francés, pero no sabía casi ni una palabra de español, así que se puso a estudiar y empezó a trabajar de recepcionista. No ganaba mucho dinero, pero se sentía feliz cerca del mar. Todas las mañanas salía a correr y pensaba qué podría hacer para tener un trabajo mejor, así que, aunque tenía un poco de miedo, decidió alquilar una casa vieja y crear en ella el primer hostel de Playa Sámara. El hostel “Las Mariposas” durante el tiempo que fue de Leonie, fue, sin duda, el mejor y más bonito hostel de todo Sámara. Leonie no solo creó “Las Mariposas” sino también una preciosa hija a quién decidió llamar Zoë y con quién ha vivido hermosas aventuras y juntas han llenado el mundo de colores.

Después nació Ollie, un hermoso y sonriente bebé que ahora completa la felicidad de Leonie y de Zoë.

Leonie tiene un super poder: ¡Crear Belleza!

Leonie es la mamá de Zoë

“La vida está llena de belleza. Obsérvala, observa el abejorro, al niño pequeño y las caras sonrientes. Huele la lluvia y siente el viento. Vive tu vida al máximo de tu potencial y lucha por tus sueños”.

Ashley Smith, no es de Leonie la frase, pero casi.

San José, 27 de diciembre de 1980

 

Había una vez una niña a la que le encantaba reírse, las matemáticas y escribir. De pequeña vivía en un pueblito con sus padres y su única hermana, todos los días encontraba una travesura nueva con la que divertirse, pero siempre era muy responsable con sus tareas de la escuela.

Como era muy buena en los estudios, hizo cursos de diferentes cosas prácticas hasta que decidió ir a la universidad donde estudió economía. Su padre quería que ella trabajara en un banco o algo similar pero eso a ella no le gustaba, era demasiado serio para ella. Entonces, se fue a Inglaterra a estudiar ciencias sociales e idiomas. Allí conoció al hombre de sus sueños, pero no pasó nada hasta 10 años después cuando se volvieron a ver en Francia, por casualidad, en casa de una amiga. Ahí empezó su historia de amor.

Después del año en Inglaterra regresó a Francia y encontró un trabajo en el bar del Teatro Nacional de Toulouse mientras terminaba de escribir su tesis de ciencias escénicas, que era lo que en ese momento le apasionaba. Entonces, en el teatro le ofrecieron trabajar y hizo muchas giras y aprendió mucho de este mundo.

Cuando llegó el covid sintió muchas ganas de salir de Francia y con sus dos hijos y su esposo se mudó al otro lado del mundo, a vivir una experiencia fabulosa en un pueblo junto al mar. Le gustó tanto que en lugar de un año se quedaron dos…. o quien sabe si serán más. El super poder de Sophie es el positivismo y la risa.

Sophie es la mamá de Lisa

“Ríe siempre que puedas, la vida es más bonita!”

Villafranche de Rouergue, 17 de Mayo de 1978

Había una vez una niña llamada María. Durante siete años fue la pequeña de tres hermanos varones, con quien le encantaba estar y escuchar sus historias de adolescentes, escuchar su música y jugar a pegarse en el pasillo con la luz apagada, aunque como era chica nunca la dejaban. Ella siempre soñaba con vivir en otro país, aprender idiomas y conocer gente diferente. Por eso, cuando tenía 22 años consiguió una beca para ir a estudiar a Oslo. A su madre eso no le gustó nada, pero María era muy insistente y trabajó muy duro como limpiadora de hotel para poder vivir ese año en ese país tan frío y lejano. Al principio, no podía entender a nadie porque hablaba muy mal inglés, pero en dos meses consiguió dominar el idioma casi perfectamente a fuerza de estudiar y hablar, aunque nadie la entendiera.

Regresó a España y vivió en varios lugares, haciendo trabajos no muy interesantes, hasta que conoció a un chico que le propuso ir a vivir a Costa Rica. Allí encontró un trabajo increíble de profesora de español, además aprendió a hablar sueco por si sola, y todos los días iba a la playa, a caminar en bici y a divertirse mucho con sus amigas. Un buen día, supo que estaba embarazada y entonces, decidió volver a España para estar cerca de su familia porque aunque le dolía mucho dejar ese pueblo tropical que tanta felicidad le daba, le pareció mucho más importante que su hija naciera arropada por su familia.

A los dos años, sin embargo, decidió que era importante que su hija conociera ese lugar tan especial y, a pesar de que eso le supuso mucho dolor a sus familiares, que se quedaron muy tristes, regresaron a Sámara.

De vuelta en Costa Rica, quiso aprender a surfear, ella lo intentó muchas veces porque no era muy buena y se golpeaba y cortaba con la tabla, pero en vez de tener miedo, siguió intentándolo hasta que consiguió surfear muy bien, por eso, creo que su don siempre será la valentía.

María es la mamá de África

“Si algo te da miedo pero te gusta, no dejes de hacerlo porque tú eres más fuerte que el miedo”

Madrid, 8 de abril de 1978.

 

 

 

 

 

 

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